viernes, 30 de enero de 2009

De camino...

¡Quédate con nosotros Señor!... ¡quédate con nosotros! Esto fue lo que dijeron a Jesús dos discípulos que iban camino a Emaus con la esperanza destrozada, el corazón más que acongojado y el futuro nublado, como si se hubiese desaparecido toda rastro de aquello que creían…

Más en aquel triste caminar es Jesús quien sale a su encuentro para acompañarlos, para con su Palabra brindarles la posibilidad de llevar a cabo una reinterpretación de su situación… y es en medio de toda esta experiencia, en el momento en que Jesús hace un ademán de continuar, cuando los discípulos le dicen al maestro “¡quédate con nosotros! La tarde esta cayendo”…

¡Que difícil es andar cuando la tarde cae! Cuando la noche parece apagar nuestras ganas de seguir, cuando la vida se nos hace más dura, cuando el sinsentido se apodera de aquello que ayer era nuestra mayor certeza; que difícil es seguir en el camino cuando las cosas no marchan como quisiéramos, cuando todo parece tan injusto, cuando te sientes en el suelo y no quieres levantarte más y sólo anhelas dejar todo y partir, estar lejos, poder intentar un nuevo comienzo, con menos tristezas, con menos errores, con más de las rosas y menos de sus espinas….

Y entonces me uno a la súplica de estos dos hombres: ¡quédate con nosotros Señor! Quédate porque si no estás aquí nada de esto tiene sentido, porque si no me echas una mano esto ya me quedó grande, quédate porque te necesito, porque solo no puedo; quédate con nosotros Señor, porque nuestro mundo necesita esperanza, porque los hombres buenos necesitan de tu presencia para continuar, porque si no estas el amor se difumina en lo etéreo, los hermanos se destrozan como lobos y los hombres sufren presa de la indiferencia de los mercados, de la insolidaridad de los hombres; ¡quédate con nosotros Señor! Porque si no estas falta todo, porque si te vas solos jamás podremos encontrarte…

¿Y que creen que Jesús hizo?... ¡se quedo! ¡Se quedo con ellos! Porque Dios siempre se queda con nosotros, porque jamás se niega a estar aquí, cerca, amando, aun cuando de aquí para allá el amor falte y la indiferencia sobre… ¡se quedó! ¡El siempre se queda! Siempre…

Luego, se sentó con ellos a la mesa para llevar a cabo el milagro más grande, el de hacer renacer la esperanza, el milagro de la fe que se levanta, que no se apaga y es capaz de hacerlos regresar a Jerusalén, a aquel lugar que deseaban dejar atrás…

Hoy esta es quizás mi única y más sincera oración “quédate Señor, quédate” y no me da pena decirlo, porque aún caminando entre sombras, no puedo dejar de percibir que El está ahí y que le necesito…

No hay comentarios:

Publicar un comentario