domingo, 5 de febrero de 2012

Palabras de despedida


Narran los Evangelios la manera como un día Jesús enseñaba a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba para oírlo; parece que era tal la cantidad de personas que tuvo que subirse a una barca, que estaba a la orilla; y rogar a Simón, el dueño de la barca, que se alejara un poco para poder predicar desde allí.

Había sido una jornada larga y pesada para Simón; toda una noche tratando de pescar y no había conseguido nada; poco habían valido todos los años de experiencia, la práctica y la destreza adquiridas.

Jesús termina de hablar a la gente y se dirige a Simón, “boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar”, “Señor lo hemos intentado toda la noche, pero por tu palabra echaré las redes”; y entonces ocurre lo inesperado; lo que Simón no esperaba, la redes se llenan de peces hasta casi reventar.

 
Al ver esto, Simón cae de rodillas, “aléjate de mi Señor, que soy un hombre pecador”; Jesús lo mira una vez más y de manera fulminante le dice “no temas, desde ahora serás pescador de hombres”.

Simón y sus compañeros llevan a tierra las barcas, y dejándolo todo: la gran pesca, las barcas, la profesión de toda una vida, todo, le siguieron.
 
 
Así un día sucedió con todos; trabajando, estudiando, colaborando en la parroquia, un día cualquiera el Señor se nos subió a la barca y nada pudo volver a ser lo mismo que hasta entonces. Bastó la fe para enamorarse de aquel que no quita nada y lo da todo, y vino entonces la pregunta ¿Por qué no ser sacerdote? La pluralidad de nuestras vidas se vio unida por la llamada de Dios que siendo uno, nos invitó a seguirle.


De eso ya hace 11 o 9 años; cómo olvidar la fuerza del entusiasmo primero, la alegría mezclada con las dudas del proceso de discernimiento; los primeros partidos de fútbol en las pastoral vocacional, y los sentimientos encontrados de aquel retiro de toma de decisión; era la vida, era el vértigo de un corazón joven al caminar sobre el agua, como un estar en los pies de Pedro avanzando hacia Jesús sobre las aguas, mientras el viento soplaba fuerte.


Fue así como llegamos a esta casa, con sueños, expectativas, temores; armados de nuestra única certeza, la de que habíamos escuchado al Señor que nos llamaba y queríamos responderle. Marcos dice con sencilla hermosura:

“Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron junto a él”.


Tantos años distantes de la experiencia fundante de aquellos hombres con Jesús, y ahora éramos nosotros los que veníamos junto a él, a estar con él; no puede haber otra manera más acertada de definir nuestro estar aquí en el seminario: “estar con el Señor”.

Al pensar en aquellos días primeros en esta casa, nuestra memoria se llena de recuerdos; las primeras noches aquí, las instrucciones, la vida comunitaria, los amigos que ya no están, el padre Jaime y el padre Memo, Monseñor Roberto… y ocho años que se veían lejanos.


Vivimos intensamente esos primeros años, quizás por eso los recordamos con tanta alegría. Parece que fue ayer que estábamos viéndonolas con la filosofía, ansiosos por la síntesis, trasnochando un poco pero felices.

Las aguas mansas de la teología no son tan mansas como se les anuncia, pero si han sido la ocasión de estructurar la propia fe, de amar a Dios conociéndolo y de entender aquello de que la razón y la fe son las dos alas del conocimiento humano.


Sin darnos cuenta la vida nos puso aquí, en el lugar de los hermanos mayores de esta casa; vivimos muchas despedidas, pero jamás imaginamos la propia.

La historia se divide en antes y después de Cristo, y esto de manera especial para aquellos hombres de Galilea; no fue fácil cambiar de manera de pensar, comprender aquello que Jesús quería, entender la voluntad de Dios, hacer del amor la verdad de la propia vida.


Todas las historias son distintas, aún en una misma casa; cada uno de nosotros ha vivido esta experiencia de seguimiento de manera única e irrepetible; por caminos similares pero diversos; igual que los discípulos hemos dudado en ocasiones, hemos sido tardos para entender; hemos visto como muchos abandonan el camino, hemos estado con el Señor, pero también lo hemos dejado solo en ocasiones; hemos conocido de su misericordia, de su confianza en nosotros, y después de ocho años, aun llevamos en el corazón el deseo de seguirlo.

No somos los mismos, hemos crecido, madurado; jamás estaremos terminados, pero lo que ha hecho en nosotros Dios en este tiempo de seminario, es algo que marca nuestra vida.


Deuteronomio 1, 31 dice:

“Has visto que el señor tu Dios te llevaba, como un padre lleva a su hijo, a lo largo de todo el camino que habéis recorrido hasta llegar a este lugar.”

Al mirar atrás, esa es hoy, nuestra mayor certeza; ha sido Dios quien nos ha traído hasta aquí.

 
Por eso un día como hoy es oportunidad para dar gracias a Dios por su fidelidad para con nosotros; por eso un día como hoy es propicio para agradecer a nuestros formadores, a nuestros docentes, a nuestras familias, a los empleados de esta casa, a ustedes, nuestra comunidad, nuestros amigos; porque han hecho de nosotros lo que somos hoy.


Es un día propicio también para pedir perdón, si no hemos sido suficiente luz para sus vidas, si algún detalle o momento pudo desdecir de nuestro testimonio para con ustedes. Damos gracias a Dios si en algo hemos sido luz para sus pasos, lo malo ha sido obra nuestra, lo bueno, gracia del Señor.

Nos encomendamos a sus oraciones, pidan al Señor por nosotros, ruéguenle que dejemos ver su rostro en nuestras vidas, que nos conceda el don de serle fieles y de amarlo, con el ser entero, entregándonos a los hermanos; los llevamos en nuestras oraciones, sepan que cuentan con 11 amigos allá afuera.


Y dejándolo todo lo siguieron. Que el buen Dios que comenzó en nosotros su obra, sea quien haga de nosotros auténticos pescadores de hombres...