Celebro la nostalgia de la
vida, aquella que llega a esconderse en los aires del cansancio y la melancolía;
celebro el ayer perdido que se torna ganado a los ojos de una mirada llena de
esperanza… celebro la alegría de estar vivo, porque a pesar de los errores
cometidos, de los desaciertos y sinsentidos, de los sinsabores y la dificultad,
ha valido la pena el andar… celebro no detenerme, aún cuando a veces parezca
esta aventura como el estar arrojado en una gran banda de caminadora eléctrica que
no se detiene, no para, no cesa, dejando tan solo dos opciones: caer o andar…
elijo andar porque no me gusta el suelo, pero no en la resignación de la
dicotomía, sino en la certeza de que el camino traerá consigo el goce de sentirse vivo, la magnanimidad del
aire llenando los pulmones y la fuerza de una sonrisa en la frescura de una
brisa que golpea el rostro… hoy divago en estas líneas, quizás sacando algo de mí
o tal vez dejando que fluyan solo por fluir… en el fondo, tal vez, sea la
nostalgia de los brazos del buen Dios, el deseo de un habitar constante en su
presencia, la certeza de lo fugaz del momento, de lo caduco del tiempo, de lo
vertiginoso de los días, de la sombra de los ayeres vividos y el transitar de
un hoy guardado en la memoria… sobreviene entonces la nostalgia de infinito, no
como la incapacidad de aceptar la finitud de esta vida, sino como lo fundante
de este ser, aquí y ahora…